miércoles, 30 de julio de 2008

Yrigoyenismo y Peronismo

No pocos sostienen que esas corrientes están doblemente ligadas, sea por su origen popular, sea por la identificación con anhelos compartidos por mayorías electorales. Es un concepto erróneo.

Raúl FaureAbogado

Si bien no es un tema que haya perdido vitalidad, recientemente el autor de la columna "La crispación y la soberbia" ( La Voz del Interior, edición del 11 de julio) lo retoma y actualiza reflexionando sobre el rol cumplido por el yrigoyenismo y el peronismo como movimientos que expresaron "el instinto político de las clases populares", según los define, y la común característica de ser ambos destinatarios de los antagonismos "profesados por los sectores ilustrados o presumiblemente tales".

No son pocos los compatriotas -como indica el autor de esa columna- que sostienen que esas corrientes están doblemente ligadas, sea por su origen popular, sea por la identificación con anhelos compartidos por mayorías electorales a lo largo del siglo pasado.

Es un concepto erróneo. Al extremo que no hubo precedentes, a lo largo de nuestra historia, que llegaran a igualar las profundas diferencias que separan al yrigoyenismo del peronismo. Ni las rivalidades que enfrentaron, en las horas iniciales, a los partidarios de la monarquía con los defensores de la república, ni siquiera las encarnizadas luchas que empeñaron por décadas los unitarios y los federales. Una rápida referencia a las enseñanzas de la historia servirán para establecerlas.

Yrigoyen jamás ejerció la jefatura de su partido. Perón fue, simultáneamente, jefe omnímodo del suyo y del Estado, confundiendo bandera con divisa y agraviando a los opositores en las condiciones que se le antojaban, como denunció el diputado Balbín, en setiembre de 1949, cuando fue expulsado por haber incurrido en desacato al presidente.

Yrigoyen gobernó durante ocho años sin contar con la mayoría del Senado. Perón, con la unanimidad del Senado y los dos tercios de los diputados. Yrigoyen respetó a sus adversarios, no impuso el estado de sitio ni un solo día y garantizó la independencia del Poder Judicial. Perón destituyó a los miembros de la Corte y a todos los jueces indóciles y en su reemplazo designó a sus partidarios, quienes, antes de jurar, debían acreditar su condición de afiliados al Partido Justicialista; suprimió las garantías constitucionales y envió a prisión a muchos opositores, sin someterlos a proceso porque no había un solo juez que diera curso al hábeas corpus.

Cuando gobernó Yrigoyen, el Congreso fue respetado. Por eso Matías Sánchez Sorondo, el implacable adversario de Yrigoyen, cuando los años atenuaron las pasiones desbordadas por la lucha política, dijo: "Jamás tuvo el país una vida parlamentaria tan agitada, tan valiente, tan recia y tan libre como la del período 1916 - 1922... y fue un timbre de honor para el presidente Yrigoyen, quien hizo posible esta magnífica eclosión del debate por las garantías que siempre dio a la palabra y a la persona de sus más encarnizados opositores...".

El Congreso, durante la gestión de Yrigoyen, controló y fiscalizó sus actos, sin limitaciones. El Congreso, bajo Perón, fue sometido a la condición de apéndice del Poder Ejecutivo y los opositores insumisos fueron expulsados. Para evitar la prisión, varios diputados radicales se debieron exiliar.

Yrigoyen defendió los recursos energéticos del país, no se sometió a las extorsiones de los monopolios petroleros y remitió un proyecto de ley para nacionalizarlos. Perón fracasó en su intento de enajenar la explotación del petróleo a favor de empresas extranjeras, pero sus discípulos Menem, Duhalde y Kirchner malvendieron todas las empresas estatales creadas y sostenidas por generaciones de argentinos.

Yrigoyen se negó a que Argentina participara en la Liga de Naciones, al fin de la guerra 1914-1918, porque las potencias victoriosas impusieron condiciones indignas para los pueblos de los países derrotados. Y condenó las acciones militares de Estados Unidos contra Santo Domingo y Nicaragua. Perón ordenó al Congreso que aprobara las actas de Chapultepec y el Tratado de Río de Janeiro, instrumentos que nos sometieron a la condición de súbditos militares de Estados Unidos, y guardó silencio cuando las tropas imperiales contribuyeron a derrocar el gobierno democrático de Guatemala, en 1954.

Yrigoyen protegió la lucha sindical, la negociación colectiva y el derecho de huelga. Perón tipificó a la huelga como delito y sólo reconoció organizaciones corporativas, controladas por el Estado, cuyos estatutos aseguraban la reelección de sus autoridades a perpetuidad, sin representación de las minorías.

Yrigoyen respetó la enseñanza laica establecida por la célebre ley 1.420. Perón impuso la enseñanza de la religión católica en la escuela pública. Yrigoyen democratizó los claustros universitarios, permitiendo que los profesores eligieran a rectores y decanos, y respetó su actividad autónoma. Perón intervino las universidades, expulsó a los profesores que no juraron fidelidad a su gobierno, aplastó los grandes principios de la Reforma cordobesa de 1918 y estableció la obligatoriedad de cursar la materia "doctrina justicialista" como condición para graduarse. A los estudiantes opositores se los extorsionó exigiéndoles certificado policial de buena conducta para rendir.

Cuando Yrigoyen fue derrocado, no huyó del país. Cuando Perón fue derrocado, huyó para eludir enfrentarse con la Justicia.

Cuando Yrigoyen soportaba con entereza las inclemencias de la prisión, aconsejó a sus correligionarios que apoyaran a Marcelo T. de Alvear en la riesgosa tarea de reorganizar la Unión Cívica Radical. Es decir, enalteció al país confiándole a un caballero la responsabilidad de luchar contra el fraude. Cuando Perón fue proclamado por tercera vez candidato a presidente, humilló al país y a sus propios partidarios imponiendo a su esposa como vice, quien, como probaron los trágicos hechos acaecidos desde 1973, carecía de aptitudes para sucederlo.

Cuando el Tercer Reich ocupó los Sudetes, Austria y Checoslovaquia y lanzó sus Panzer contra Polonia y Francia, desatando de este modo la más vasta y cruel destrucción de toda la historia de la humanidad, el heredero de Yrigoyen no dudó: condenó la agresión nazi y sostuvo la causa de los Aliados. Cuando el Tercer Reich fue derrotado, Perón otorgó pasaportes a los criminales de guerra y los protegió bajo el Pabellón argentino.

Sí, yrigoyenismo y peronismo fueron, en sus orígenes, corrientes apoyadas por los sectores más humildes y desprotegidos del país. Pero el yrigoyenismo siempre fue leal a los principios republicanos, defendió los recursos energéticos de la voracidad de los monopolios petroleros, mantuvo la libre determinación argentina en circunstancias difíciles y condenó las agresiones imperialistas sobre los pueblos hermanos.

El peronismo impuso un sistema corporativo, y dictatoriales restricciones a la acción opositora, sometió a la Justicia, abdicó de su promesa de defender el patrimonio nacional, sumió al país a la perpetua condición de vasallo del imperialismo, impuso las dietas energéticas que impiden el desarrollo del país desde sus mismos orígenes y envió a patíbulos a miles de jóvenes que se alistaron en la lucha armada obedeciendo las consignas de un conductor cómodamente instalado a la distancia de los acontecimientos.

Estos episodios que a lo largo de décadas fueron tejiendo la historia de nuestro desdichado país no fueron inventados -como dice el autor de "La crispación y la soberbia"- "por el estupor que todavía se suscita entre muchos estratos de la clase media" cada vez que abordan el estudio del movimiento peronista. Son páginas documentadas, a las que sus militantes y simpatizantes no les atribuyen significado alguno porque carecen de suficiente voluntad para realizar una necesaria autocrítica.

La historia del movimiento peronista, por eso, no difiere en mucho de la historia de los orígenes del régimen nazi, cuando "sectores de la elite alemana y las masas de gente normal y corriente decidieron renunciar al ejercicio de sus facultades críticas individuales a favor de una política basada en la fe y en la esperanza" (M. Burleigh, Tercer Reich, Editorial Orion).

nota publicada por "LA VOZ DEL INTERIOR" el 13/08/2007

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